Una mujer joven clasemediera de la Ciudad de México se esconde en un pequeño pueblo costero del Golfo de México. Un viudo cincuentón, alcohólico y fumador de mariahuana, forma parte de ese paraíso verde y simple, que Luisa (Luisa Pardo) ha invadido. Las diferencias de clase y generacionales, quedan atrás cuando ambos pueden entenderse mediante el único lazo que comparten: la adicción.
Ella es adicta a la heroína (solo la fuma, tonta no es) y mientras no sabemos sus intenciones respecto a las drogas, todo es posible. Una vez que Luisa y Salomón, tienen plena confianza y ante la falta de la droga —después de todo es un pueblito al que solo llega la marihuana y una especie de crack— al parecer su límite ha llegado para ella.
Después del gran logro de Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo, del que bien podría considerarse un clásico del cine documental mexicano de la última década, Yulene Olaizola optó por la ficción sin olvidarse del género que la dio a conocer. Durante los más de 80 minutos de duración, Paraísos Artificiales tiene mucho de ese espíritu y visión, que ofrece el documental: la naturalidad.
Asimismo, la fotografía (realizada por Lisa Tillinger) por sí sola, es el personaje principal y quizás lo mejor que ofrece el filme. No obstante, la lentitud y el poco desarrollo del personaje femenino al inicio, repercuten en generar algún tipo de interés en Luisa Pardo, la única actriz profesional a cuadro, y quien es convincente, a momentos. Con este segundo filme, la joven directora tomó un gran riesgo, el cual no terminó por funcionar.
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